Por: texto Marina Aizen (maizen@clarin.com) fotos Ruben Digilio. Enviados especiales a EE.UU.
Los tipos son forzudos, tienen bíceps enormes y tatuados. Ellas con guarras. Se dejantoquetear enteras por esas manos masculinas grandes, forjadas por el trabajo de años en las líneas demanufactura industrial. Entre la abundancia de la cerveza light y la música estridente del bar, el Mustang Sally Lounge, el ambiente parece de fiesta. Excepto que esta fiesta es la celebración del fin del mundo. Hace apenas un rato, todos estos que toman y gritan concluyeronsu última jornada de empleo formal, ensamblando camionetas cuatro por cuatro en la fábrica de General Motors que queda justo enfrente de este típico tugurio oscuro de Dayton, Ohio. Ahora, se están bebiendo la tristeza que no se animan a demostrar con gestos. Ellos son –mejor dicho, eran– la aristocracia de la clase trabajadora de los Estados Unidos. Obreros que ganaban 26 dólares la hora, un salario que jamás podrían imitar sus pares en las plantas de GM en México, China o, por qué no, la Argentina.