domingo, 15 de febrero de 2009

Palabras en compañía

MARUJA TORRES 15/02/2009

Deberían pesar las palabras, pesar siempre y en el sentido literal del verbo, es decir, resultarnos grávidas, obligarnos a elegirlas y merecer el esfuerzo de buscarlas, de sostenerlas y, quizá, utilizarlas? Algunos pensamos que sí. Por extraordinario que resulte pulsar una tecla o varias en el ordenador, y que esos gestos nimios abran el mundo de los diccionarios que las tecnologías ponen a nuestro alcance, las palabras tienen derecho a una vida secreta -Isabel Coixet les hizo curar pesares- y, sin embargo, tranquila, alineada, solemne, por así decirlo. No quiero imaginar que vocablos como lealtad, melancolía, paradoja, berenjena o magnitud floten en esa cosa extraña y sin límites -pero sometida a la fragilidad del apagón- que convocamos al buscarlas en la Red. Imaginar que vagan en la nada cibernética sin saber dónde ponerse exactamente, apresurándose cuando se las llama, dándose codazos para pasar la una antes que la otra, constituye una pequeña pesadilla de escritor que no puedo evitarme sufrir. Ocurre igual cuando, escribiendo en el ordenador, me vence la pereza y, en vez de acudir al librazo de tapas duras en busca de un sinónimo, le doy a la tecla secundaria del ratón para ver con qué es Microsoft capaz de sorprenderme. Casi siempre termino avergonzada de mí misma, yendo al Casares o a cualquiera de los otros a pedirles perdón. Perdón y palabras.

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