Sólo sé que no entiendo –casi– nada. La sensación, por más socrática que sea, no termina de gustarme. Y no la contaría –a quién le importa que yo no entienda ciertas cosas– si no fuera porque creo que nos pasa a muchos. Mal de muchos, ya se sabe, puede ser tonto consuelo –o un problema digno de pensarse.
–¿Pensar, dijo, mi estimado?
–Sí, dije, pero no se preocupe, no se lo dije a usted.
Hace unos días, en esta página, tras despotricar contra la idea de actualidad, propuse una pregunta: “¿Qué cuestiones, qué historias, qué temas habría que contar en estos días? ¿Qué nos estamos perdiendo y deberíamos saber? ¿De qué vale la pena hablar?”.
–Vos sí que sos un pelotudo, Caparrós.
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