domingo, 24 de febrero de 2008

Contra letargos

MARUJA TORRES 24/02/2008

Cuando el periodismo haya desaparecido y los periodistas nos hayamos reciclado –o mutado– en viajantes de comercio, vendedores ambulantes que, sin deambular más que por el ciberespacio, ofrezcamos a una amodorrada y obsesiva clientela el paquete, cada vez a mejor precio, de los sobresaltos –an¬¬taño, noticias– recogidos gracias a una red de confidentes o de subrrastreadores o de jóvenes genios de la informática carentes de escrúpulos. Cuando el número de pantallas –de pared, de mesa, de bolsillo, de pecho, o proyectadas en nuestros párpados a través de un chip implantado en nuestros cerebros– se haya multiplicado hasta el infinito, y en la abarrotada superficie del planeta nadie necesite hablar con su vecino, pues dispondrá de la información que le apetezca, asequible a buen precio, quizá gratis –son los aparatos, estúpido, dirán entonces, lo que se convirtió en el negocio–, quizá también acerca de su vecino… Cuando eso ocurra y se levanten las voces que convoquen el ayer, las voces moralistas –quizá crean ustedes que la mía lo es; no, en absoluto– que entonen cánticos por los buenos diarios de antaño y sus supuestas verdades de papel… Entonces convendrá que sea recordado de nuevo el viejo adagio: el medio no es el mensaje, y si el medio se ha convertido en el mensaje es que el lector, antes, se ha convertido en cliente de las corporaciones, de los fabricantes de chismes. Y deberemos recordar también que la inocencia o la malicia se encuentran en los ojos del que mira, en la billetera del que paga. La demanda es cómplice, si no instigadora de la perversión de la oferta. Y la multiplicación del forraje –por interesada que resulte– no sobreviviría sin el estulto silencio de los corderos.

  • Leer la nota completa
  • No hay comentarios: