viernes, 6 de junio de 2008

El infierno de pueblo chico

ANTONIO DAL MASETTO Y LOS PERSONAJES DE SACRIFICIOS EN DIAS SANTOS

El escritor señala que la relación zoofílica del carpintero podría pasar como mera anécdota: es la intervención de una anciana obsesionada con la moral lo que desencadena una serie de eventos en los que mucho tiene que ver la miseria humana.

Por Silvina Friera

Tenía ganas de volver al pueblo, cuenta Antonio Dal Masetto, sin asomo de nostalgia, en su austero departamento del barrio de Recoleta. No quería regresar a Intra, en la zona alpina del norte de Italia donde nació en 1938, ni a Salto, en el norte de la provincia de Buenos Aires, donde se radicó con su familia cuando llegó a la Argentina. El pueblo imaginario al que volvió literariamente, por tercera vez, es Bosque, un lugar manso, chato y previsible donde puede ocurrir un desastre, si salta la chispa y las autoridades no advierten el peligro o se quedan dormidas. Y la chispa salta en su nueva novela Sacrificios en días santos (Sudamericana), que comienza con una escena pequeña, íntima, amplificada y distorsionada por la mirada de los otros. Las alumnas de un colegio de monjas ven, desde el ventanal de la escuela, a un carpintero que mantiene relaciones sexuales con su oveja (en el devenir de la historia-escándalo que se desatará, se sabrá que en realidad es un macho: “No es una oveja, es un ovejo”, titula uno de los diarios locales al mejor estilo Crónica). Si todo hubiera quedado acotado a la mirada de las jóvenes, quizá no hubiera explotado la cloaca de ese micromundo de hipocresías y rivalidades encubiertas tras la fachada de la amabilidad y la aparente solidaridad pueblerinas. Pero una de las monjas, también testigo del “acto carnal”, le informa a la Madre Superiora, quien después de muchas volteretas mentales sobre cómo manejar la situación, decide convocar a una escribana para que les comunique a las madres lo que sucedió. A esa reunión asistirá Faustina, una octogenaria de aspecto frágil pero de temperamento fuerte, disponible para iniciar o encabezar cualquier movimiento de adhesión o de protesta, “una Juana de Arco de la ancianidad”. Bajo la bandera de la moralidad y atizando el morbo y los prejuicios, la anciana conseguirá sumar gente a su cruzada “por la verdad, la defensa de las tradiciones nobles, las buenas costumbres, el repudio de las injusticias y las indecencias”.

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