miércoles, 19 de marzo de 2008

¿Quién quiere ser una perra?

Por Sandra Russo
Acabo de escribir el título, y me quedé mirándolo. Nunca escribo los títulos antes que las columnas. Las perras me estuvieron persiguiendo durante este último tiempo, en varias de sus versiones. Perras como Gema, la chihuahua de mi hija, que pertenece a un reino semántico derivado de la película Legalmente rubia y sobre el que podría escribir un texto entero. Esa película, que mandó al reino de las mejor-pagas-de-Hollywood a Reese Whiterspoon, ídola de las púberes, dejó un tendal en materia de tendencia y estética chihuahua. Hay que agregar que Kate Moss tiene una. Las chicas tienen hembritas. Son, digamos, perras de belleza interior, que saben apreciar adolescentes contrariadas por los parámetros normales de belleza. O perras, como algunas mujeres que hacen guachadas propias de mujeres, otro tema que viene asomando a destajo de la conciencia de género, pero por propia conciencia de género ya se puede ir ventilando: hemos reivindicado la solidaridad de género como bandera política y emocional femenina. Pero a medida que las mujeres van llegando a lugares de poder, en toda la escala social, hemos comprobado muchas veces que hay mujeres dominadas por un sentimiento equivalente a la misoginia, y que yo llamaría “hostilidad hacia el propio género”. Mujeres que guardan en sí resabios de prejuicios patriarcales, sumados a esa dinamita que es la envidia femenina. El resultado, amigos, es letal.

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